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jueves, 3 de marzo de 2022

Ibañez de Opakua

 

Ibañez de Opacua

La Guerra Civil 1936

Ibañez de Opacua: El Alcalde Viejo
                                  
Durante la guerra civil, el “Alcalde Viejo” de Salvatierra - Agurain ahuyentó a somatenes, asesinos y gentes ávidas de las venganzas más ruines.



EL ALCALDE VIEJO


Muchas veces se dice que en las guerras aparece los mejor y lo peor del ser humano, es verdadero en cuanto a la cualidad pero no en la cantidad. Pues lo cierto es que mientras el terror, la barbarie, los crímenes, las injusticias y atropellos proliferan de modo generalizado, unas veces promovidos por el estado, y otros por la ausencia de él, los actos virtuosos y nobles, en franca minoría, sólo suelen ser posibles por la determinación y el coraje particular de individuos que a menudo decidieron actuar, exponiéndose con ello a ser arrollado por ese mismo mal.

De siempre me había preguntado, porqué en muchos pueblos de Alava que rodean a nuestra Villa como en Alegría- Dulantzi, Araia, Zalduondo, Galarreta, Gordoa, Elburgo, etc.., así como los vecinos navarros de Altsasua, Olazti, etc.., o de otros tantos pueblos de puertos arriba como Eulate, Estella, etc..,   habían sido asesinadas tantas y tantas personas en las cunetas de los caminos o fusiladas contra las paredes del cementerio o salvajemente tiradas a la sima de Urbasa y de nuestro pueblo Agurain - Salvatierra no se hablaba de ninguna persona cruelmente asesinada.

Un buen día encontré un escrito de un amigo de Araia, Jesús María Alegría “Pinttu” donde hablaba del Alcalde de Salvatierra, Julián Ibañez de Opacua .

Contaba Jesús Mari,  como su padre hablaba poco de política, aunque él y otros muchos supieron de guerras, sufrimientos, cárceles y otras lindezas que la vida les deparó. En nombre de la dignidad, de la historia, de la igualdad, de la libertad, de la justicia y de la fraternidad  surgen estos conflictos deleznables, que al final – y al principio- resultan que nos hacen más indignos, más odiosos, más desiguales, menos libres, más injustos y más incívicos.

Mi padre, decía Pinttu, nunca nos hablaba de “esas cosas”, él siempre ponía de ejemplo ciudadano, cívico y humano al viejo Alcalde de Salvatierra, aquel hombre que gobernó Salvatierra durante la guerra civil, fue un alcalde del pueblo y para el pueblo, de esos que cuando hay que dar el pecho por los demás, pues lo dan con todas las consecuencias.

Este gran hombre, en pleno tiempo de contienda incivil, libró de morir asesinados a muchos ciudadanos de su pueblo y ello le hace merecedor de un reconocimiento y de un respeto especial y perenne.



En nombre de excusas ideológicas entonces se fusiló, se "paseó" a gente y se les asesinó vilmente. En la mayoría de los casos, la muerte no vino de la mano de la política, sino de ajustes de cuentas que, desgraciadamente, así suelen ser. "Malos quereres" que se decía antes y que llevaron al paredón y al tiro en la nuca a miles de inocentes vecinos nuestros pueblos.


Julián Ibáñez de Opacua, tercero por la izquierda con las Autoridades de Agurain


En Salvatierra – Agurain hubo un valiente conocido como el "Alcalde viejo" que ni se sabe que ideología política tenía – que sí la humana- y que "por sus poderes" ahuyentó a somatenes, asesinos y gentes ávidas de las venganzas más ruines.

Él se hacía responsable de su pueblo y de sus gentes, pensaran como pensaran, ante la cruzada aquella que tanto se nos cruzó.

Don Andrés, el cura de Araia, en plena guerra proclamaba ..."la fuerza vence, pero no convence...." aunque para el caso que le hicieron...

Sirva el presente trabajo como homenaje al "Alcalde viejo" Julián Ibañez de Opacua, homenaje al humanismo social. A la solidaridad fraternal . A la valentía. Al político del pueblo para el pueblo.

Muchos de los hijos de Agurain, como me contaba Jaso Ruiz de Alegría, estamos aquí gracias a él, porque en cantidad de localidades vecinas, por ser nacionalista vasco o de ideología de izquierdas o simplemente miembro de cualquier sindicato no afín al régimen servía para estar en una lista, como estaba su padre, Julián Ruiz de Alegría, o Don Severiano Aramburu, el veterinario, Pepe Lezea, el txistulari, Aseguinolaza, etc..etc.. y tantos y tantos otros, y que si no hubiese sido por él, Julián el "Alcalde Viejo" hubiesen acabado en el paredón o con un tiro en la nuca en cualquier cementerio, cuneta o sima.


Julián Ibáñez de Opacua, primero por la izquierda sentado en la visita a los mojones de Entzia


En Agurain de muchas cosas podemos enorgullecernos, pero sobre todo, de aquel que fue buen Alcalde y mejor persona.


Soldados de Agurain en Cataluña, foto familia Iriarte

JULIAN IBAÑEZ DE OPACUA

Nació en Salvatierra el 15 de Octubre de 1865, fue bautizado en la Iglesia de San Juan.

Julián era hijo de Leocadio Ibáñez de Opacua (nacido el 11-9 de 1843) y de Francisca Gorospe (29-7 de 1842)

Casado con Petronila Marta Ruiz de Eguino, nacida el 29 de Julio de 1865 y bautizada en la Iglesia de Santa María.





Historias PERDIDAS de Álava
Un 'Schindler' en Agurain

Imagen antigua de Salvatierra. / Javier Mingueza


El alcalde franquista de Agurain Julián Ibañez de Opacua salvó a muchos de sus vecinos del pelotón de ejecución


Francisco Góngora

Durante la Guerra Civil española hubo ejemplos de una crueldad infinita y de una humanidad sin parangón. Julián Ibáñez de Opacua, alcalde franquista de Salvatierra, es un ejemplo de lo segundo como lo fue Oskar Schindler el empresario nazi que salvó del holocausto a 1.200 judíos al emplearlos en sus fábricas. Su famosa lista de salvados fue inmortalizada por Steven Spielberg en una de las mejores películas de la historia del cine.

Sin listas como aquella pero dotado de una grandeza humana por encima de las ideologías, el alcalde Julián Ibañez de Opacua fue un hombre justo como Schlinder que trató de salvaguardar la vida y el trabajo de sus vecinos. Lo cuenta y lo ha investigado el historiador Javier Gómez Calvo en su libro ‘Matar, purgar, sanar. La represión franquista en Álava’.

Una carta de un soldado del Regimiento de Cazadores de Numancia que le manda una carta a Julián agradeciendo su comportamiento es el ejemplo más claro de esto. La misiva es tan explícita que vale la pena reproducirla.


Reparto del “rancho” a los soldados en la Plaza de Santa María de Agurain durante la Guerra Civil de 1936


«Señor don Julián: Hemos recibido unas noticias que no podemos menos que gradecerle con cuatro palabras. Nos hemos enterado que fueron a detener a 30 individuos de Salvatierra y estuvo aquí alguno de esos y nos comunicó que se portó usted como un español (Viva España). Esto va dirigido por los soldados de Salvatierra. Firma Habilio Lasa».

Está fechada el 8 de agosto de 1936 y demuestra que muchos de los enrolados lo fueron a la fuerza aunque –la censura en el correo era absoluta– hay que demostrar ser lo que no se es.

Simplemente la carta demuestra la categoría humana del regidor que impidió las detenciones cuando se suponía que él debería impulsarlas.



Pero no fue lo único que hizo. Cuenta el libro que tras la incursión en Araia de un grupo de milicianos republicanos la noche del 10 de agosto de 1936 con la intención de hacer prisioneros a significativos derechistas de la localidad, el gobernador civil visitó varias localidades de la Llanada oriental con el fin de asentar el poder militar recién instaurado. Una de ellas fue a Salvatierra donde acudió de nuevo cuatro días más tarde para presidir el ceremonial de reposición del crucifijo en las escuelas y del Sagrado Corazón en el Ayuntamiento.


La carta de agradecimiento a Julián Ibáñez de Opacua


Comenzó entonces un tira y afloja con el alcalde sobre cómo actuar con los empleados locales desafectos: mientras Fernández Ichaso era partidario de destituir a los que estaban afiliados al PNV, Ibañez de Opacua se negaba. El alcalde instó a finales de agosto a los empleados nacionalistas a firmar el escrito de adhesión al «Movimiento Salvador de España» que la junta de Defensa Nacional había circulado como mínimo exigible para que los funcionarios pudieran continuar cobrando sus haberes. Creía que de esta forma estarían a salvo de represalias, pero Fernández Ichaso volvió a visitar Salvatierra en septiembre y obligó al alcalde a cesar al jefe de la alhóndiga, al alguacil, al depositario y al juez y fiscal municipales, todos nacionalistas vascos.

Lo que ocurrió entonces fue atípico: Ibañez de Opacua quiso dejar constancia en acta de una sutil protesta y comunicó desde «el sentimiento» a los afectados la decisión tomada aclarando no obstante que ésta no la tomaba el Ayuntamiento. El comportamiento era atípico. En Laguardia, por ejemplo, diez empleados fueron separados de sus funciones por el pleno de concejales.


Plaza de San Juan mitin de Eladio Esparza Gobernador de Alava en 1936


Un soldado en nombre de los 30 salvados le manda una carta de agradecimiento al alcalde

No ocurrió en Salvatierra porque el pleno no lo aceptó aunque algunos concejales discrepaban del alcalde. También dio informes positivos para dos sacerdotes de ideología nacionalista que habían sido denunciados por un «informante anónimo». Cuando le pidieron que aclarase la veracidad de las denuncias el alcalde habló a favor de los sacerdotes y con ello evitó el destierro.

Hizo lo mismo con los dos veterinarios. Todos sus informes eran favorables aunque los investigados eran nacionalistas. Ocurrió lo mismo con Ángel Pinedo que estaba en prisión tras un consejo de guerra, el presidente de Izquierda Republicana y un simpatizante de este partido. Los tres quedaron en libertad.


Patio del Restaurante El Gordo de Agurain, con soldados y cocineros


En realidad, como señala Javier Gómez Calvo, a pesar de que en Salvatierra había carlistas y nacionalistas existía un fuerte peso de una cultura política compartida y de un sentimiento comunitario de pertenencia común a una pequeña ya la vez gran familia cuya cohesión se fundamentaba sobre principios políticamente conservadores (religiosidad, tradición). Eso primó sobre otras consideraciones.


Agurain - Salvatierra Soldados y amigos en la Carretera Nacional 1, en el año 1936, foto familia Gorospe.


Esos lazos políticos comunes entre las derechas, la cohesión interna y el comunitarismo de aldea se convirtieron además en tabla de salvación identitaria que integraba –o intentaba integrar– a los nacionalistas vascos en el régimen para ampliar sus márgenes de consenso a la vez que excluía al sujeto extraño –el republicanismo– de la convivencia mediante la elección de un responsables (por lo demás forastero) que pagara por el resto de la culpa de la tímida expansión de aquellas idea.


Soldados en la Plaza de Santa María de Agurain en 1936
Soldados del Servicio de Abastos en Agurain, en 1936
 

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