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miércoles, 9 de marzo de 2022

Roberto Garcia Gomez

 ROBERTO GARCÍA GÓMEZ

JEFE DE ESTACION DE AGURAIN -SALVATIERRA


Roberto García jefe de la estación de Salvatierra- Agurain


Faltaban dos minutos para las siete y media de la tarde cuando Roberto García Gómez, el jefe de estación de Agurain – Salvatierra de Alava, cogió el libro de circulación de uno de los cajones de su mesa y lo abrió por la página del día 31 de  Diciembre de 1994. El factor que iba a relevarle ya había llegado, por lo que Roberto sólo tenía que escribir un par de líneas de trámite consignando en ellas los trenes en circulación y las incidencias de la jornada antes de entregarle el servicio y subir a casa a celebrar la Nochevieja.

Sin embargo, puesto a esa tarea rutinaria, el bolígrafo comenzó a temblarle en sus manos. De pronto, se vio sesenta años atrás, correteando por las vías de Terreu , aquel lugar alejado entre Barbastro y Monzón del Río Cinca, al que trasladaron a su padre cuando le ascendieron a jefe de estación, tras años de servicio en Malvedo (Asturias)

Fue allí en aquella tierra descarnada en la que las lluvias desenterraban bombas y cadáveres de la guerra, donde Roberto García comprendió que él era un niño distinto, que pertenecía a un linaje especial, el de ferroviarios.

Hay descubrimientos que cambian la vida y éste fue uno de ellos. De repente, todo encajaba. Su padre, no era un alma errante, ni siquiera un hombre extraño tan envenenado por la magia de los trenes que era capaz de ser feliz en el andén desierto de Terreu – podía verlo con su gorra, su silbato y su lámpara de aceite sonriendo para sí mismo por la puntualidad del último tren  - sino continuador de una saga que se remontaba a su bisabuelo, capataz jefe en la estación del puerto de Los Fierros.

Somos ya la quinta generación de ferroviarios, explica Roberto, orgulloso, tras informar al visitante de que sus hijos Roberto y María Jesús han seguido sus pasos. El primero, de hecho., no sólo ha heredado su nombre sino, andando el tiempo, como le ocurriera a él con su padre, también el cargo de jefe de estación en Agurain – Salvatierra. María Jesús por su parte, está destinada en León.

El abuelo Vicente García de Terreu fue trasladado a Alegría y poco después  a Salvatierra. Roberto creció allí. Eran otros tiempos; tiempos de privaciones, de vías únicas y locomotoras de carbón que se detenían exhaustas por falta de presión en cualquier punto de la Llanada. La puntualidad era un deseo imposible. Había que resignarse a los imprevistos y aprender a sortearlos con profesionalidad, como hacía su padre o como hacían aquellos maquinistas y fogoneros, siempre tiznados de negro, a los que el veía paleando briquetas de carbón para poner de nuevo en marcha aquel ingenio rebelde.

El problema entonces era la mala calidad del combustible. A los trenes de mercancías les echaban carbón de escombrera y eran los que más se paraban, más que los pasajeros, aunque estos también tenían problemas. Recuerdo, por ejemplo, que el Correo Madrid – Irún se solía quedar en la cuesta de túnel de Exkerekotxa.

Salida del túnel de Ezkerecocha, dirección Agurain de José Ignacio López


A los 18 años, el hijo decidió seguir la estela del padre y se fue a hacer la mili como voluntario en los ferrocarriles. Pasó primero por la Academia de Madrid, donde aprendió mucho de lo que ya sabía. Por ejemplo a distinguir un vagón mikado de un jota o a diferenciar los rangos de los trabajadores de la empresa por los botones o las escarapelas de sus uniformes.


Exposición de material de la estación de ferrocarril de Agurain- Salvatierra


De Madrid se fue a Miranda de Ebro, y al cabo de tres años a Vitoria donde ya de alférez se licenció  como factor de circulación.

Su primer destino fue León, pero sólo duro un año. Su padre había vuelto a Asturias y Roberto, hijo único consiguió una permuta que le condujo también a él de vuelta a su tierra, en concreto a la estación de Ujo, entre Pola de Liena y Mieres, el epicentro ferroviario de la Cuenca minera asturiana.

Sus dos hijos se criaron en aquella estación. Correteaban por los andenes, se arrimaban a la estufa del despacho las tardes más frías del invierno para hacer los deberes y cada día contemplaban el desfile, sincronizado por su padre, de cientos de vagonetas de carbón recién extraído y de viejos trenes abarrotados de inmigrantes con acentos del sur que iban en busca de trabajo en Endesa.


Roberto García, jefe de estación de Agurain y su hijo Roberto


Haber crecido como él bajo las catenarias, al factor de circulación de Ujo no le sorprendió que su primogénito le informara un buen día de que abandonaba la carrera de Medicina para seguir con la saga familiar. En realidad, nunca la había descartado. Es más, lo deseaba.

A todos nos ha pasado lo mismo. Creces en ese ambiente y quieras o no, los trenes se convierten para ti en una forma de vida, explicaba. Sentado en la sala de estar de su casa, que ocupa el primer piso de la estación de Salvatierra, este jubilado de la Renfe compone un gesto dubitativo. Yo ya me entiendo, parecía decir, encogiéndose de hombros, como si renunciara de antemano a que su interlocutor pudiera hacerlo.


Y sin embargo, el visitante cree entenderle. Imagina la escena: el estrépito de las locomotoras, las nubes de hulla en el cielo de Ujo, el fragor de las máquinas sobre el mar de vías, el reloj de la estación, puntual todavía. Y piensa en un ejército de hombres uniformados, un ejército de especialistas atiborrado de jerarquías (mozos, guardabarreras, vigilantes de andén, enganchadores, sobrestantes, interventores, factores de circulación, maquinistas, jefes de estación…) que gobierna ese caos absoluto hasta convertirlo en un orden cotidiano. En una forma de vida, ciertamente.

Tras 26 años en Asturias, Roberto García volvió a Agurain, al pueblo de su mujer, que quería estar cerca de sus padres ancianos. El cambio fue drástico, pero su pasión por los trenes siguió intacta. Ascendido a jefe de estación , nunca le importaron los turnos de doce horas, ni la responsabilidad  o las obligaciones del cargo. Sencillamente, vivió para ellas. Tanto que no es extraño que ahora recuerde con orgullo que nunca ha tenido un pliego de cargos o una sanción o que uno de los momentos más dulces de su existencia lo vivió en el trayecto en tren entre Alsasua y Pamplona, el día de su boda.


Mi mujer me dice que me quedé dormido con una sonrisa de oreja a oreja. Y debió de ser así porque para mí no podía haber más felicidad que estar con mi mujer, el día de nuestra boda, viajando en un tren. Es que los trenes son como un virus- dice, de nuevo enigmático.


Un virus que muere con uno, debería decir, porque Roberto Garcia ha seguido pendiente de los trenes aunque llevaba ya varios años jubilado. Viajaba en ellos siempre que podía, hablaba del trabajo con su hijo, que no tardó en seguirle de regreso a Alava. (los García son como vagones que, con distintas paradas y vías muertas, acaban siempre en el mismo destino) compraba todas las publicaciones sobre el mundo del ferrocarril que encontraba y estaba perfectamente informado de las últimas novedades en maquinaria o en sistemas de seguridad.

Lo de Huarte –Araquil hoy ya no podría producirse. A raíz del accidente se acabó de implantar el CTC, un sistema de señales continuas, cada tres kilómetros que hace que se activen los frenos de emergencia. Hoy en día no hay nada más seguro que el tren.



Ya se ha dicho que la familia de Roberto vive en el primer piso de la estación de ferrocarril de Salvatierra. A cualquier otro mortal, esta cercanía a la vía le supondría un incordio constante. El ruido ya se sabe. La gente común quiere a los trenes en la distancia. Como mucho gusta de observarlos un momento, mientras pasan de largo por el pueblo y sus nombres llamativos (el Shangai, el Media Luna, el Costa Verde..) dejan en el aire un aroma evocador, casi exótico de lejanía y misterio. A él le ocurría todo lo contrario. Es justamente ese ruido familiar de los trenes o la posibilidad de bajar a la estación a comentar las incidencias del día lo que le daba vida, en su sitio de siempre.



Es cierto que todo ha cambiado, que la circulación se ha reducido a la mitad ya que el transporte de mercancías se hace ahora mayoritariamente en camiones, que las tecnologías de la última generación han deshumanizado el oficio de ferroviario y que, salvo que a su nieta se le ocurra meterse a la Renfe, la saga familiar se acabará con sus hijos. Pero no importa. Cada vez que pasaba un tren Roberto García seguía descorriendo la cortina de la salita para verlo y no podía evitar un aguijonazo de nostalgia por el tiempo transcurrido desde aquel 31 de Diciembre de 1994 cuando escribió el último parte de su vida.


TEXTOS Y FOTOS:

Revista ENZA
Familia Roberto García
Kepa Ruiz de Eguino
(Exp. Grupo filatélico de Agurain)

Roberto y Roberto García

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