CANGREJOS DEL ZADORRA
Bajando
desde Zezama en la Sierra de Entzia al Nacedero del Zadorra encima de Munain
me vino a la memoria aquellos días de la pesca del cangrejo, aquella actividad
a la que nos prestábamos los chavales de entonces. Parece mentira que hayan
pasado tantos años desde que los ríos se vaciaran de aquella especie extinguida
por consecuencia de una epidemia maldita.
Los veranos en la Llanada, bañándonos en
Galzar, el Torko, Echabe, Litu o en el Carretero, (Zadorra) se sumían en un
calor que no permitía más licencia que el baño o la pesca del cangrejo. Había
que sacrificar la siesta plácida, como sustituto del inevitable aburrimiento de
aquellos largos estíos, y subirnos a las bicicletas que nos permitían
desplazarnos al río de Luzuriaga, al
Zadorra o subir al río de Eguileor ó Alangua, paraíso del cangrejo. La pesca
era algo que se compartía en pandilla y, por tanto, un ejercicio de solidaridad
en grupo que invitaba a pasar las horas en compañía de los amigos.
La pesca del cangrejo en el Zadorra
Contaba Ana Vega hace unos años en un artículo
culinario que tantos cangrejos había antiguamente que la fama del
Zadorra, el Bayas o el Omecillo llegó a traspasar fronteras y no fue raro ver a
finales del siglo XIX a turistas franceses o ingleses llegados únicamente para
practicar el sport cangrejil. Al renombre alavés en tan crustáceas cuestiones
había contribuido años antes el periodista y gastrónomo Ángel Muro (1839-1897),
quien de joven trabajó como funcionario en la provincia y que en 1890, en una
de sus célebres 'Conferencias culinarias', dijo que los mejores cangrejos del
país se criaban en las cristalinas aguas del río Alegría. «Allí a la caída de
la tarde, viendo ocultarse el sol por las colinas […] pescaba yo docenas a
centenares de cangrejos que parecían langostas», explicó Muro, añadiendo que no
era raro hacer una cangrejada in situ con los ejemplares más grandes.
Los ríos traían mucha más agua que ahora y en cuyas márgenes pescábamos cangrejos Era una actividad sumamente divertida y relativamente fácil. Luego había que tener reteles y cebo apropiado. El retel era un artilugio parecido a una red.
Este arte de pesca que no exigía más cosa que
poner en su fondo un poco de vísceras o carne enganchada en un imperdible. Dejábamos
los reteles, los cuales bajábamos sirviéndonos de una horquilla por cuyo hueco discurría
un cordel que, en su extremo más próximo a nosotros, permitía dejar un lazo vistoso,
normalmente de cuerda, para distinguir la localización del retel hundido.
Creo que podíamos llevar ocho reteles, si la
memoria no me falla. Se aprovechaban las pozas, recovecos y piedras que daban
indicio de las cuevas donde moraba el apetecido cangrejo. Todo consistía en
esperar un tiempo, establecido a nuestro capricho, transcurrido el cual
paseábamos por la margen de nuestro dominio levantando los reteles con la
horquilla.
Entonces sorprendíamos, según se diera la
tarde, a los cangrejos que con cierta ingenuidad habían acudido al olor de la
carne. Los cangrejos acababan en una cesta de mimbre hecha en la cestería por
el tío Santiago “el cojo”, de allí a un saco pequeño que mantenía la humedad
del río. Hecha la ronda lo dejábamos al recaudo de la sombra. Aquellas batidas
nos permitían la calma, hablábamos o merendábamos en compañía mientras la tarde
se consumía paciente.
La práctica desaparición del cangrejo
autóctono por la enfermedad denominada afanomicosis aconsejó en su día a los
gestores de la pesca introducir algunas especies foráneas en los ríos alaveses
como el señal, mientras que el rojo o americano lo extendieron los propios
pescadores en los años setenta. A este 'primo americano' se le culpa del declive
de los denominados 'patas blancas' de los ríos locales, más sabrosos.
Durante muchos años la pesca de los
ejemplares extraños se ha hecho con cupos de captura. Pero, tras la aprobación
del decreto de especies invasoras el pasado mes de diciembre, todo ha cambiado
en esta práctica. Hasta el punto de que la Diputación ha suprimido las
limitaciones en el número de capturas.
En los ríos existen actualmente más especies
exóticas que autóctonas fruto de una gestión de años en la que se ha impuesto
la necesidad de ofrecer algo que puede pescar el aficionado antes que eliminar
a los invasores, organismos, plantas que proceden de hábitats alejados y son
una de las causas de la pérdida de biodiversidad.
Recogiendo los reteles con los cangrejos en 1900 en el
Zadorra.
La Diputación
recuerda que en el coto del río Zadorra se tomarán medidas especiales debido a
la presencia de otra especie invasora: el mejillón cebra. Así, los que obtengan
sus licencias para este coto, una vez terminada la jornada de pesca, deberán
desinfectar los reteles usados en el punto que la Diputación tiene instalado en
el laboratorio pecuario de Eskalmendi.
La extinción del autóctono es ecológicamente
fatal porque se alimenta de detritus, contribuye a tener limpio los ríos y
evita la contaminación orgánica (eutrofización). El rojo, por el contrario,
arrasa con todo ser viviente (huevos, alevines, renacuajos, algas, etc...)
empobreciendo el ecosistema.
Ay,
que lejos quedan los tiempos en que sólo había un tipo de cangrejos y éstos
eran tan abundantes que se podían sacar hasta con la mano.
G. de
Miguel, Ana Vega – Kepa Ruiz de Eguino
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