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domingo, 6 de marzo de 2022

Garrote vil " Ultima ejecucion"

 ULTIMA EJECUCION EN SALVATIERRA -AGURAIN

CON GARROTE VIL EN 1897
LA ÚLTIMA EJECUCION EN LA “VENTICA”

El día 13 de febrero de 1897 comenzaron los trámites para la ejecución de Ángel Martínez Lagrán en la Villa de Salvatierra de Alava.

Ángel Martínez Lagran fue ejecutado la mañana del día  27 de Abril de 1897 en la “Ventica”, en las afueras de Agurain, acusado de haber dado muerte a un tratante apellidado Arróniz.

En el Archivo Municipal de la Villa se conservan los expedientes de dicha ejecución.


Antiguo caserío de la Ventica, a las afueras de Agurain, hoy desaparecido.
Fue junto al caserío de la Ventica, recientemente derribado, donde se elevó el patíbulo para el último ajusticiado de Salvatierra, el posadero de la Villa, Angel Martínez Lagrán.

  Esta fue la tercera ejecución por garrote vil de uno de los famosos verdugos de toda España, el burgalés Gregorio Mayoral Sendino, este mismo año en Agosto ejecutó al anarquista italiano Michele Angiolillo que asesinó al Presidente del Estado  Cánovas del Castillo en Mondragón.

Reos ejecutados por Gregorio Mayoral

    • Domingo Bezares (Miranda de Ebro, 1892).
    • Rafael González Gancedo (Tinéu, 26 de junio de 1889).
    • Angel Martinez de Lagrán  (Salvatierra Alava 1897).
    • Michele Angiolillo Lombardi (20 de agosto de 1897).
    • Luis Medrano el Chorchi (1897).
    • ……Así hasta más de 60 ejecuciones


Expediente de la ejecución de Angel Martínez Lagran - Archivo de Salvatierra Agurain 1897
 
He dedicado meses a indagar  en el Archivo Municipal de Agurain, además de los Archivos de Gasteiz, periódicos, escritos, etc..  sobre las circunstancias de la última persona ejecutada por el garrote vil en Agurain hace cerca de 120 años, casi a principios del siglo XX, y entre otros documentos históricos he descubierto la entrevista a un familiar de  Gregorio Mayoral Sendino publicada en El Diario de Burgos. En ella se describe a éste verdugo que ajustició a Angel Martinez Lagrán en Agurain, como un hombre de orígenes muy humildes, que antes fue pastor y terminó como verdugo para escapar del hambre.
 

Algunos estudiosos de éste tema cuentan que Mayoral Sendino era un verdugo itinerante que viajaba de patíbulo en patíbulo y de pueblo en pueblo, como fue el caso de Salvatierra, portando la funda de una guitarra donde ocultaba sus siniestros 'útiles' de trabajo. Su profesionalidad le había llevado a proveerse de herramientas propias porque «los de las cárceles estaban en muchos casos oxidadas y descuidadas». Y él tenía a gala su eficacia: liquidaba al reo en 1-1,5 segundos.
 

Allá donde los servicios de Mayoral Sendino eran requeridos, éste «tenía prohibido por ley dejarse ver por las calles, y tras cada ajusticiamiento penaba una noche en la cárcel a modo de castigo simbólico».
 
 

Ejecución de Angel Martínez Lagrán en Salvatierra Alava
 
Expediente nº 16     -        Año 1897
 
 

Comunicación y minutas originadas con tal motivo
 
Fortunato Grandes (secretario) del Ayuntamiento de Salvatierra de Alava
 
 
Att Sr Guillermo Elio (Vitoria)
 
Muy Sr. mío y amigo. Recibí su grata de 15 Abril del actual con la minuta del telegrama para el Excmo Sr. Mayordomo de Palacio, que textualmente y con arreglo a sus deseos, ha sido trasmitido esta misma mañana a su destino, lo cual me complace en manifestarle.
 

Siento mucho que la premura del tiempo haya impedido que algunas personalidades de ésta estamparan su firma en la reverente instancia que con tan caritativo fin trajo a ésta un enviado de Vd. Y no tengo para que decirle lo muy grato que le será tener conocimiento de la conmutación de la pena de muerte inmediata a Angel Martinez Lagrán.
 

Con este motivo me es grato repetirme a Vd. affmo. Sr. (q.D.g.m.a).
 
 

Telegrama del Gobierno Civil de Alava:
 
Al Alcalde de Salvatierra.
 

A las cinco de la mañana del viernes veintiséis del actual llegará a la Villa el tren
 

A las cinco de la mañana del viernes veintiséis del actual llegará a esta Villa en el tren el reo Angel Martínez Lagrán; a las ocho de la mañana del mismo día será puesto en capilla y ejecutado a igual hora del sábado veintisiete; en la inteligencia que de antemano, en el correo de las dos y media de la tarde de mañana jueves veinticinco , se personará en esa el Juzgado de Instrucción.
 

Al comunicarlo a Vd., le encargo la necesidad de que por parte de la Autoridad del Ayuntamiento, se presente a la Autoridad Judicial los auxilios que necesite, cuidando de que al Ejecutor no le falte alojamiento y cuanto fuese preciso para la consecución de la sentencia.
 

Con tan triste motivo cuidará esa Acaldía con todos los medios que estén a su alcance se prohíba en el sitio de la ejecución y trayecto que ha de recorrer el reo que se establezcan puestos de bebida y comestibles, evitando la colocación de vendedores ambulantes a fin de que en el acto resulten el recogimiento y el debido respeto según lo dispone la Real Orden de nueve de Febrero de 1874, inserta en la Gaceta del siguiente día.
 

Del recibo de la presente sírvame Vd. Darme inmediato aviso.
 
Dios guarde a Vd, muchos años.
 
Vitoria a 24 de Febrero de 1897 – Diego de Casasola
 
 
 

Al Exmo. Sr- Gobernador Civil de Alava en 25 de Febrero de 1897
 

Excmo Sr:
 
Por conducto de un subordinado del segundo jefe de vigilancia y con las reservas que el caso exige y V. E. ordena se ha recibido en esta Alcaldía con fecha de ayer el atento oficio con instrucciones para el cumplimiento de la sentencia recaída al reo Angel Martínez Lagran.
 

En su conveniencia, me cabe la satisfacción de manifestarle que ha llegado sin novedad y debidamente custodiado por una pareja de la Guardia Civil, el verdugo (tachado)  el ejecutor de la Audiencia de Burgos y habiéndole designado un local que ocupará durante su estancia en ésta, e igualmente se dispone de curiosa habitación para el establecimiento de la Capilla, atendiéndose al cuidado del personal que con tan triste motivo se alija en ésta Villa .
 

Del mismo modo tengo el honor de manifestar a V.E. que el Ayuntamiento está dispuesto a prestar todo auxilio para cuanto necesite, así como los empleados prohibirán en absoluto la venta de toda clase de artículos o ambulantes en el trayecto que comprenda el lugar de la ejecución procurando que el acto esté revestido de recogimiento debido.
 
 
Alcalde de Salvatierra  Domingo  de Azcarraga Zabala

Expediente firmado por Gregorio Mayoral con los gastos de la ejecución Salvatierra en 1897
 
Documento con los gastos del ejecutor de la sentencia:
 

Gastos originados al ejecutor de sentencia de la Audiencia Territorial de Burgos Gegorio Mayoral al ser llamado para la ejecución de Angel Martínez Lagrán-
 
Expresión.
 
Tren de ida y vuelta 3º clase …..15,30 pesetas
 
Cuatro días de deitos                    10 pesetas
 
Conducción de útiles ………………  6 pesetas
 
 
Salvatierra a 27 de Febrero de 1897
 
Firmado Gregorio Mayoral

El verdugo Gregorio Mayoral en el cine

Se dice que Rafael Azcona y Luis Berlanga se inspiraron en él para rodar su legendaria película 'El Verdugo' en el año 1963, con el inolvidable Pepe Isbert.
El argumento es tan conocido como extravagante: un empleado de pompas fúnebres se casa con la hija de un verdugo a punto de jubilarse y acepta sustituirlo en el «cargo» para no perder el piso que le habían asignado al verdugo por su condición de funcionario público... Luis García Berlanga hizo esta película en el año 1963 y se mire por donde se mire es un auténtico misterio cómo semejante torrente crítico, escarnio y rechifla de algunos de los asuntos cruciales y trágicos de la época pudo sortear los ojos y las garras de la censura.

Y aunque parezca que la cresta de la provocación esté en ese alegato jocoso (y muy dramático) contra la pena de muerte, que se cobra aquí mediante el impresionante método del garrote vil, lo cierto es que la película dispara con salva a los más diversos aspectos de las infamias, las dolencias y las bufonadas de la época, y exprime igual aspectos sociológicos como la vivienda, el trabajo, la emigración o el turismo, que otros morales, como el compromiso (a la chica, al oficio...), o sencillamente cómicos, de los que hay tantos y tan buenos ejemplos visuales (cuando se distribuyen el piso en construcción) o textuales («padre, qué numero de camisa tiene (Nino Manfredi)», y José Isbert, el verdugo, le echa una mirada rápida al cuello y dice: «la cuarenta y uno») que convierten sin duda a «El verdugo» en una de las más graciosas de la filmografía de Berlanga, pero también de las más graves, incisivas y corrosivas.
El pulso interpretativo es enorme entre José Isbert y Nino Manfredi, pero, como es habitual en todo el cine de Berlanga, el coro es impresionante, magistral y de una riqueza de color y movimiento que apabulla. La «parienta» Emma Penella, el cuñado sastre José Luis López Vázquez, la cuñada venenosa María Luis Ponte, el sacristán Alfredo Landa, el viandante celoso y fachoso Agustín González, Julia Caba Alba..., en fin, un espectáculo de variedades, chispas, sarcasmos y calidades en un blanco y negro que nunca perderá su color. (abc).


OGIBIDEA

Así como el escritor y cineasta Josu Arteaga abordó en su corto 'Ogibidea' la vieja historia del magnicidio de Cánovas para desempolvar la memoria del tercer gran protagonista de este drama. Su nombre era Gregorio Mayoral Sendino, de oficio verdugo.

A diferencia del asesino anarquista italiano Michele Angiolillo y de su ilustre víctima, el presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo, muerto de tres disparos en el balneario de Santa Agueda  de Mondragon en agosto de 1897, Mayoral Sendino nunca figuró en los créditos de esta trágica historia.

Se trata de un relato que arranca con la descripción del violento contexto sociopolítico de finales del siglo XIX. Una sucesión de crueles atentados y represión bestial que llevarían al anarquista Angiolillo a matar a Cánovas en Santa Agueda y a morir pocos días después en la cárcel de Bergara a manos de dicho verdugo.


Su discreto paso por ella sólo ha quedado plasmado en las siete placas fotográficas que secuencian el agarrotamiento de Angiolillo a manos de este profesional con más de 60 ajusticiamientos sobre sus espaldas.

Varios artículos periodísticos se han hecho eco de las historia de éste hombre, bajito y regordete toda una leyenda entre los ministros ejecutores de la Justicia.

 
Un ejecutor muy fino
 

El burgalés fue uno de los más famosos verdugos de España. Encargado de dar garrote al anarquista Angiolillo, asesino del presidente Cánovas del Castillo, introdujo por su cuenta mejoras en la máquina de matar que le dieron fama nacional.
 

Si en el desarrollo de la siniestra profesión de verdugo pudiera darse un momento de gloria, el del burgalés Gregorio Mayoral Sendino se produjo el 20 de agosto de 1897. Ese día, este funcionario con fama de fino estilista de la cosa había sido reclamado para ejecutar a garrote vil a un reo muy especial: el anarquista italiano Michele Angiolillo, quien días antes había
asesinado al presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo. Eran las once de la mañana. Gregorio Mayoral -bajito, regordete, de rostro cetrino yexpresión tranquila- subió los doce peldaños del cadalso improvisado en el patio de la cárcel de Vergara, donde le esperaba un pálido condenado. Dispuso los hierros de la mortal argolla e hizo su trabajo. Cuando lo concluyó, cubrió el rostro del ejecutado con un paño negro y se marchó igual de silencioso y sereno por donde había llegado.

La flema de este verdugo, titular de la Audiencia de Burgos durante décadas, estaba a la altura de su habilidad para tan espeluznante cometido. Había nacido en Cabia en 1863, en el seno de una mísera familia que pronto se trasladó a la capital para seguir malviviendo, a pesar de que él trató de ganarse la vida: fue pastor, zapatero, peón de albañil e incluso hizo sus pinitos en la milicia, pero no tenía espíritu castrense. Así, desempleado y al cargo de su anciana madre, un letrado amigo de la familia se presentó un día en su casa con un posible trabajo: un empleo del Estado que había quedado vacante y que saldría en breve a concurso. Las 1.750 pesetas anuales con que le anunciaron la oferta pudieron más que la escalofriante ocupación a que atendía la proposición de marras, y a pesar de los llantos de la madre, que no quería un hijo en esas lides, la plaza fue suya por delante de otros dos candidatos merced a los méritos de haber servido en el ejército.

Como el Amadeo de la inolvidable película El verdugo, escrita por Rafael Azcona y dirigida por Luis García Berlanga -quienes se inspiraron en el burgalés, toda una leyenda entre los ministros ejecutores de justicia, para más de un rasgo del papel bordado por Pepe Isbert-, Gregorio Mayoral asumió siempre su oficio con naturalidad, como si despachar a los condenados fuera ejercicio tan normal como tramitar un expediente de aguas, que escribió en una ocasión el ensayista leonés Ricardo Gullón tras entrevistarlo en Burgos poco antes de su muerte. Existen testimonios como éste que reflejan esa campechanía e impavidez ante el hecho de dar muerte a un reo. Entrevistado en una ocasión por José Samperio, respondió, quitándole hierro al asunto, que ésta, al fin y al cabo, sólo trata de cumplir órdenes, siendo más grave la sentencia que el cumplimiento de la misma.

Su bautismo de fuego tardó dos años en llegar; en ese tiempo, Gregorio Mayoral conoció a fondo los misterios de aquella máquina terrible, a la que introdujo, con el paso de los años, una serie de mejoras que él decía humanizaban el cumplimiento de la pena capital. Gracias a estas investigaciones alcanzó gran destreza con el garrote, logrando una inusitada rapidez en la ejecución que le evitaba al convicto más sufrimientos que los estrictamente ineludibles. Su fama de diestro matarife le llevó por toda España. A cada ejecución se llevaba sus utensilios (la guitarra, decía con negro humor en referencia a la maleta en que los portaba), harto como estaba, decía, de encontrar aparatos en estados lamentables allá donde acudía.

En la misma entrevista con José Samperio describió casi jovialmente, con entusiasmo, las mejoras realizadas en el arma mortal: «No hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada; es casi instantáneo, tres cuartos de vuelta y en dos segundos...». Declaraciones como ésta revelan lo que ser verdugo significó para este burgalés: un trabajo más, como otro cualquiera, que no le procuró nunca mal de conciencia alguno. Así de gráficamente se lo contó a Samperio: «Yo tengo la conciencia tranquila y duermo como un lirón. Solamente una vez soñé que ahí enfrente estaban despidiendo a uno y me pareció muy raro que no fuera yo el que manejaba el aparato. Creí que me habían dejado cesante», aseveró.

Su primera ejecución fue en Miranda de Ebro en 1892. El reo, un cabo llamado Domingo Bezares que había dado muerte de un sablazo a un joven recluta al que después había lanzado al Ebro. Además del ajusticiamiento de Angiolillo, Mayoral tomó parte en otro de gran repercusión en toda España, ya que se trató de caso triple. Sucedió en 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera. Se conoce como "El crimen del Expreso de Andalucía". El verdugo burgalés fue el encargado, junto al de Madrid, llamado Casimiro Municio, de dar garrote a los tres ladrones y asesinos que asaltaron el convoy segando la vida de dos encargados.

De este crimen hizo Uribe una película y el Museo de Cera de Madrid lo recrea tan vivamente que su sola contemplación estremece al visitante.

Mayoral fue admirado por verdugos coetáneos, que resaltaban siempre que podían «la precisión y rapidez» del aparato que manejaba su compañero de Burgos, al que algunos bautizaron como "el abuelo", ya que estuvo más de cuarenta años desempeñando este oficio. Y es que el burgalés no dejó de trabajar hasta su muerte, natural por más señas. Aunque nunca le incomodaron los fantasmas de las sesenta personas a las que envió con pulso firme al otro mundo, vivió angustiado sus últimos días en una casa pobre y oscura del arrabal burgalés al cuidado de su nieta Paquita (ya era viudo por aquel entonces) toda vez que su hija y madre de la pequeña se había fugado con un soldado. Aquellas manos gruesas y fuertes que tantos cuellos atornillaron mimaron con delicadeza y cariño a aquella pequeña: la lavaron, la vistieron, la dieron de comer, la acompañaron a la escuela... Gregorio Mayoral Sendino murió en octubre de 1928 con 65 años y la conciencia en paz.
R. Pérez Barredo

 
EL GARROTE VIL
 

Es un instrumento utilizado para ejecutar a los condenados a muerte, vigente en nuestro país desde 1820 hasta 1978, año en el que se promulgó una nueva constitución y la pena de muerte fue abolida. Los últimos condenados por este sistema en España fueron el anarquista catalán Salvador Puig Antich, en la Cárcel Modelo de Barcelona y un delincuente común polaco Heinz Ches, en la de Tarragona, fueron ajusticiados el 2 de Marzo de 1974. Esta forma de pena de muerte también se utilizó en diversos países latinoamericanos.
El garrote vil consiste en un collar de hierro que por medio de un tornillo retrocede hasta matar al acusado por asfixia. Existe una variante catalana que incluye un punzón de hierro que penetra por la parte posterior destruyendo las vértebras cervicales del condenado.
El verdugo de Burgos

Administrador de justiciaejecutor de sentencias, son algunos de los eufemismos que a lo largo de la historia se han utilizado para definir una de las profesiones más siniestras que jamás hayan existido: la de verdugo. En este lóbrego oficio destacó durante casi medio siglo la figura del verdugo de la Audiencia de Burgos, Gregorio Mayoral Sendino, quien desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo anterior ejerció su actividad con “hábil maestría” a juicio de sus contemporáneos. El garrote vil, esa maquinaria atroz con la que se administra una muerte artesanal,  y que el verdugo de Burgos  mimaba con ritual esmero, era su herramienta de trabajo. Entre el casi centenar de ejecuciones de “el abuelo”  destaca la del célebre anarquista italiano Michelle Angiolillo, agarrotado en la cárcel de Vergara el 20 de agosto de 1897.

El tren se detuvo en el andén haciendo chirriar su pesada maquinaria como el graznido opaco de un animal antediluviano. Esperó a que las últimas bocanadas del humo de la máquina de vapor se disipasen para emprender su camino. Nadie le conocía pero la pareja de la guardia civil que le esperaba en el andén no tardó en dar con él. Siempre ocurría lo mismo en todas las ciudades a las que se desplazaba para cumplir con su oficio. No costaba mucho reconocerlo, seguramente por el negro maletín del que nunca se separaba.

Aquella era una de esas tardes húmedas del mes de agosto y la especial deferencia con la que benemérita trataba a aquel solitario pasajero despertó la curiosidad entre los viajeros que se apearon en Vergara. Gorra calada hasta las cejas, pantalón de pana y zamarra, barba cetrina y algo chaparro y regordete, aquel hombre no daba la impresión de ser un malhechor por el respeto casi ritual que infundía en los guardias, pero su porte tampoco era el de una autoridad, más bien parecía un labriego castellano embutido en su traje habitual para los días de feria.  Un círculo de silencio, curiosidad y autentico miedo se desató cuando por fin se supo quien era aquel hombre –es el verdugo- exclamó una voz entre la muchedumbre que rápidamente se había agolpado. Más de uno se santiguó con fervor supersticioso al paso de la comitiva que avanzaba en un denso silencio hasta la cárcel.  Había adquirido la costumbre de pernoctar en los presidios harto ya de las caras foscas y malas maneras con las que le obsequiaban en las pensiones de media España. Aquel hombre metía miedo, y no era para menos. Gregorio Mayoral Sendino, conseguía despertar los temores más atávicos allá donde su artesanal oficio le llevaba.

Descubrir la identidad de la persona a la que debía dar garrote era el momento más  importante del viaje y lo único que conseguía inquietar la serenidad del verdugo de Burgos.

No guardaba buen recuerdo de la primera vez que en solitario tuvo que mandar al otro barrio a una mujer. Todavía siendo lego en el oficio y sin la asistencia de su maestro Lorenzo Huertas, administrador de justicia de la Audiencia de Valladolid,  aquel trabajo resultó un autentico desastre. La desgraciada no dejó ni siquiera que el cura acabase el responso, se revolvió con tanta fuerza en la silla que rompió las amarras y de un certero puntapié hizo que el sacerdote saliese volando del patíbulo.

En esto Mayoral agarró por el pescuezo a la condenada y ejecutó la sentencia no sin antes poder evitar que en la lucha por librarse del infernal aparato quedaran al aire sus partes pudendas. Las carcajadas del público que con morbosa expectación presenciaba el macabro espectáculo no se hicieron esperar. –Bochornoso- pensó  para sus adentro Gregorio, quien tuvo incluso que escuchar más de una imprecación contra sus persona.

Desde aquel día  decidió llevar siempre consigo sus herramientas de trabajo, su “guitarra” como de costumbre solía referirse a su aparato mortal, que custodiaba con especial mimo en el interior de su maleta negra. Llegó incluso a permitirse realizar “mejoras” que jamás reveló ante el temor de que no cumplieran los requisitos legales:  
«No hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada; es casi instantáneo, tres cuartos de vuelta y en dos segundos…».

A fuerza de hacer girar la manivela del garrote se había convertido en una autentica celebridad. De boca de un funcionario del juzgado de Burgos había escuchado que el instrumento de trabajo fue un obsequió con el que Fernando VII quiso celebrar en 1832 el cumpleaños de la reina, quedando así erradicada la horca en todos los territorios de España.

El garrote era un método más castizo para despedirse de este mundo que la guillotina, que no traía buenos recuerdos a los borbones.–Patochadas, es qué en este país no vamos a ser serios ni para administrar la muerte- solía replicar indignado cada vez que se cruzaban ambos funcionarios.

De su Cabia natal pronto había partido desertando del hambre a la capital para seguir malviviendo como peón de albañil, pastor o incluso zapatero. Nada le resarcía más de sus antiguos desvelos que haberse convertido en un profesional respetado, y a la vez temido, por aquellos que como él mismo habían hecho de la muerte su compañera de viaje.

Ni siquiera los lloros de su madre cuando se enteró de que un hijo suyo andaba metido en aquellos menesteres conseguían turbar su conciencia. Algunos años más tarde llegaría incluso a ser conocido como “el abuelo”, decano de todos los verdugos de España y esa tarde había llegado a Vergara (Guipuzcoa) para hacer su trabajo.

Era casi mediodía de aquel 20 de agosto de 1897 cuando con su habitual parsimonia subió los peldaños del improvisado cadalso que a toda prisa se había montado en el patio de la cárcel de Vergara. Sentado en la silla le esperaba un joven con tez mortecina que le escudriñaba con la serenidad del que ya ha asumido su destino.

El anarquista de origen italiano Michele Angolillo había asesinado días antes al Presidente del Consejo de Ministros Antonio Cánovas del Castillo vengando con su muerte los crímenes cometidos en el Proceso de Montjuic.

Un oscuro sumario judicial en el que fueron condenados a muerte varios militantes anarquistas y en el que la prensa internacional sacó a relucir de nuevo la leyenda negra inquisitorial al denunciar de forma insistente los abusos y torturas cometidos.  La represión se desencadenó en Barcelona tras la bomba en la procesión del Corpus un año antes, extrañamente la metralla de aquel artefacto de la calle Canvis Nous, a diferencia de la bombas orsini que Santiago Salvador arrojó desde la galería del quinto piso del Teatro del Liceo, solo se había llevado por delante carne proletaria al estallar en la parte final del cortejo.

Sea como fuere, el peregrinaje que desde Londres vía París había llevado a Angiolillo al balneario de Santa Agueda en Mondragón donde Cánovas del Castillo pasaba sus vacaciones estivales, llegaba a su final. La argolla recubrió el cuello del condenado y las certeras manos del verdugo cumplieron una vez más con su cometido. Un pañuelo negro cubrió el rostro inerte del anarquista. El ritual había llegado a su final.

Plano de Salvatierra Agurain de principios del siglo XX hacia 1920 a la derecha arriba el caserío de la Ventica donde fue ejecutado Ángel Martínez Lagrán por Gregorio Mayoral Sendino
Tampoco le tembló el pulso a Gregorio Mayoral Sendino cuando al despuntar el alba del 2 de diciembre de 1924 tuvo que dar garrote a dos de los condenados a muerte por los denominados sucesos de Vera de Bidasoa, una intentona revolucionaria puesta en marcha contra la dictadura de Primo de Rivera por anarquistas exiliados en París. Desde la frontera Navarra, la madrugada del 7 de noviembre habían avanzado en diversos grupos armados con la esperanza de que la población y algunos miembros del ejército se les sumasen en su intento de acabar con el dictador y la monarquía de Alfonso XIII. Algunas fuentes indican que su intentona había sido alentada por confidentes policiales que se movían entre los sindicalistas exiliados. Pero todo esto ya poco importaba para Julián Santillán y Enrique Gil Galar, su suerte estaba echada. El destino les tenía reservada una última broma macabra pues el encargado de darles el último viaje era, al igual que ellos mismos, natural de Burgos. Esa noche volvió a dormir con la conciencia tranquila. Solo una cosa logró ensombrecer sus pensamientos, una vez soñó que presenciaba como despedían a uno y se entristeció al pensar “que lo habían dejado cesante”.

En el oscuro arrabal burgalés pasó sus últimos días al cuidado de su nieta Paquita, quien sabe si angustiado porque su hija había decidido fugarse con un soldado o por las visitas de aquellos que ahora le esperaban al otro lado.  Modesto Agustí.

Gregorio Mayoral Sendino, el último verdugo de Burgos

Ideó su propio garrote, capaz matar de la manera más suave y rápida, al que denominaba “la guitarra’
Era un hombre metódico, muy preocupado por evitar sufrimientos innecesarios a los ajusticiados
El 24 de diciembre se cumplió el 154 aniversario de su nacimiento en Cavia
BurgosConecta.es 27/12/2015
“Con la música a otra parte”. Era la expresión con la que Gregorio Mayoral Sendino terminaba sus ejecuciones. Colocaba con mimo su instrumento en un maletín negro y volvía a su lugar de residencia en Burgos. Guardaba en una libreta, también negra, los acontecimientos que rodeaban cada una de las ejecuciones. Cómo era el reo y la reacción tras aplicarle el garrote. Una desgarradora crónica de cada una de las muertes, de las que era protagonista, en cierto modo, Mayoral Sendino, el último verdugo de Burgos.

‘No Matarás: Célebres Verdugos Españoles’ es el título del libro que rescató del olvido esta vieja profesión, la de verdugo. Y con ello, la figura de Gregorio Mayoral Sendino. El ensayo, de Salvador García Jiménez, se publicó en 2010 y sirvió para recordar que en España hubo un tiempo en el que existían funcionarios encargados de ajusticiar, de dar muerte por garrote vil a sentenciados. La pena capital estuvo vigente en nuestro país hasta 1975, siendo los últimos ejecutados dos militantes de ETA y tres del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), aunque no fue abolida hasta la Ley Orgánica de 1995.
Sin embargo, no sólo García Jiménez se ha hecho eco de la vida y avatares de Mayoral Sendino. Rodrigo Pérez Barredo, en Diario de Burgos, y la académica y letrada, María Jesús Jabato, también han indagado en los entresijos del burgalés. Ésta última ha publicado un interesante ensayo en el Boletín de la Institución Fernán González (nº 250), editado por la Diputación de Burgos. Si el lector quiere conocer a fondo la vida del último verdugo de Burgos, esta cita con el texto de la Institución es inevitable.

Aunque para comprender la figura del verdugo quizá la referencia audiovisual más interesante sea la película de Luis García Berlanga, rodada en 1963. La cinta cuenta la historia de José Luis, un empleado de una funeraria que proyecta emigrar a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Su novia es hija de Amadeo, un verdugo profesional. Cuando éste los sorprende en la intimidad, los obliga a casarse. Ante la acuciante falta de medios económicos de los recién casados, Amadeo, que está a punto de jubilarse, trata de persuadir a José Luis para que solicite la plaza que él va a dejar vacante, lo que le daría derecho a una vivienda. José Luis acaba aceptando la propuesta de su suegro con el convencimiento de que jamás se presentará la ocasión de ejercer tan ignominioso oficio. Pero se equivoca. El resto de la historia narra la angustia de un hombre incapaz de matar una mosca.

Manos de artista

Pero, ¿Quién era Gregorio Mayoral Sendino? ¿Por qué ha pasado a la historia de la provincia de Burgos? Este burgalés, nacido en Cavia en el año 1861 (un 24 de diciembre), fue nombrado ejecutor de la justicia en 1890, y desempeñó este cargo durante 38 años, hasta su muerte en 1928.  Si por algo destacaba Mayoral Sendino era por su precisión y su firmeza en el patíbulo, sus “manos de artista” y su dedicación al perfeccionamiento del instrumental de las ejecuciones para evitar innecesarios sufrimientos a los ajusticiados.

Entre ejecución y ejecución, el burgalés mejoraba el garrote vil, o como Mayoral Sendino lo denominaba,”la guitarra”. Introdujo modificaciones hasta convertirlo en un instrumento óptimo, llegando incluso a considerarlo con categoría de invento y posibilidades de patente.  Era un aparato casi instantáneo: “Tres cuartos de vuelta y en un segundo, muerte”. Y es que Mayoral Sendino era un tipo meticuloso, que no quería infligir un tormento adicional al condenado por un mal estado del garrote, a diferencia de lo que hacían algunos de sus compañeros.

Y tanto fue su celo y la escrupulosidad de su experiencia que él mismo se llegó a probar el corbatín de hierro, tal y como relata María Jesús Jabato en esa publicación de la Institución Fernán González. Sentado en la silla macabra comprobó la altura del corbatín y sin inmutarse lo probó metiéndolo en su cuello. Es una referencia que toma la académica de la crónica de la ejecución de los reos Jesús Pascual Aguirre y Jesús Saleta.

El profesor José María Deira cuenta que Mayoral se dio cuenta desde su primera ejecución de que el “Garrote” tenía fallos que era necesario corregir, pues la muerte de aquella primera víctima fue costosísima y con enormes sufrimientos. Su lema se convirtió en “precisión y rapidez”, evitando errores e innecesarias pérdidas de tiempo, con el consiguiente alargamiento de la agonía del reo. Para eso fue reparando su herramienta hasta conseguir que funcionara con fluidez y, según sus palabras, se sentía orgulloso de haber conseguido “humanizar” el “garrote”.

Rechazo social
De todos modos, de nada le sirvió a Mayoral Sandino esos cuidados para que los ciudadanos dejasen de mirarle con malos ojos. Para el pueblo, la figura del verdugo representaba la peor y más cruel de las profesiones de la España de comienzos de siglo XX. Tal era el desprecio hacia la figura del verdugo y a su familia que, en alguna ocasión, el burgalés fue abucheado y apedreado por el vecindario tras dar garrote a algún ajusticiado. Jabato cuenta que su mala fama era tal que sus relaciones sociales se limitaban al trato con algunos jugadores y con los parroquianos del Ventorro de Benito, que estaba en el camino de Villatoro.
Jabato también recoge una entrevista que le realizaban a Mayoral en la prensa de la época y en la que se hablaba de sueldos y, curiosamente de dietas. Ante la pregunta por su sueldo, Mayoral respondía que cobraba 1.825 pesetas al año, pero que otros verdugos cobraban bastante más. Por ejemplo, el de Barcelona que llegaba a las 2.190 pesetas Aseguraba que también recibía dietas para gastos de viaje y respondía que en lo “Civil justificamos hasta el último céntimo inmediatamente cumplido el servicio”. Otros verdugos coetáneos de Mayoral vivían también pobremente y aislados de los vecinos. Era el caso de Casimiro Municio, el verdugo de Madrid, que residía a cien pasos del cementerio de la Almudena, en una casa pequeña y pobre.

El más famoso de España

Se hizo especialmente famoso al ajusticiar al anarquista italiano Michele Angiolillo, que asesinó a Cánovas del Castillo.

Sin embargo, Mayoral Sendino fue también uno de los verdugos más famosos de toda España. El 20 de agosto de 1897 fue la fecha en la que el verdugo de Burgos alcanzó mayor notoriedad, al ejecutar con la técnica del garrote vil al anarquista italiano Michele Angiolillo, que asesinó al presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo. Su asesinato tuvo lugar el 8 agosto de 1897 en el balneario de Santa Águeda, cerca de San Sebastián, donde el presidente tomaba las aguas.

Gregorio Mayoral, que fue pastor, zapatero, albañil y militar antes de dedicarse a la justicia de muerte, asumió siempre su oficio con naturalidad. Su primera ejecución fue en Miranda de Ebro en 1892 al reo Domingo de Bezares y acabó con la vida de 60 condenados. ‘El abuelo’, que así le llamaban sus colegas coetáneos, cerró su nómina de muertes con la de Guillermo Roldán, en marzo de 1928 en León. En la ciudad de Burgos, ejecutó a dos reos, Demetrio Fernández y Daniel Ayala, en 1904 y 1920.

 
OTROS VERDUGOS
 

José Condado verdugo municipal de Vitoria
 
El licenciado Dn. Gregorio López de Luzuriaga Iriarte
 

(Agurain- Salvatierra - Vitoria, 4 junio 1821). Abogado, jefe realista, auto titulado comandante general de la división de Álava, derrotado en Salvatierra (Álava) en 1820, pero se fugó, y fue de nuevo apresado y llevado a la cárcel de Vitoria el 29 de abril de 1821.
Fue ejecutado en medio de horripilantes torturas, debidas a la ineptitud del verdugo José Condado, demasiado viejo, quien fue destituido cinco días después. (AGMS, expte. Eguaguirre; Montoya 1971)
 
 … sobre el resbaladero, vivía el verdugo José Condado, no había por fuera a un lado.


En la novela La familia de Errotabo, Pío Baroja afirma erróneamente que Gregorio Mayoral Sendino estrena su carrera como verdugo con la ejecución de Díaz de Garayo, el sacamantecas, si bien el verdugo burgalés no comenzó a actuar hasta más de una década después.

  1. El verdugo se llamaba Lorenzo Huerta y pertenecía     a la audiencia de Burgos. El aparato con el que el ejecutor de la ley cumplía     su terrible ministerio era una modificación del antiguo, modificación     hecha por Huerta y se estrenó en Vitoria en el criminal Garayo (a) Sacamantecas, después en algunos individuos de la Mano     Negra y últimamente en la persona de Eguía (en la cárcel de Pamplona).     Lorenzo Huerta lleva ya 47 ejecuciones.
Garayo el “Sacamantecas” fue  ajusticiado en 1881, en la prisión del Polvorín Viejo de Vitoria.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES

-García, Antón (24/11/2009). «Gregorio Mayoral, executor de la xusticia» (en lengua asturiana). La Nueva España. Consultado el 2 de agosto de 2010.
-Peréz Barredo, R. (21702/2010) “Un ejecutor muy fino” en Diario de Burgos.
-Peréz Barredo, R (02/10/2011) “Los tres burgaleses del patíbulo” en Diario de Burgos.
-Oliden Kepa (29/05/2011) “Un corto rememora al verdugo del magnicida de Cánovas del Castillo” en diariovasco.com
-Burgos conecta.es
-Martín Patino, Basilio: (1973) Película-documental “Queridísimos verdugos”
-Archivo Municipal de Agurain
-Archivo Municipal de Vitoria – Gasteiz

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