Monjas Clarisas de Agurain
Las Clarisas de Agurain cumplen 400 años
Las beatas de San Pedro profesaron la regla de Santa Clara en junio de 1611. Desde entonces, oran por sus semejantes y los endulzan.
Las clarisas de Agurain cumplen 400 años
Hace algo más de un año dieron comienzo las obras en el convento de las Hermanas Clarisas de Agurain y en su entorno. En primer lugar fue derribada la tapia que separaba el huerto del convento de la Plaza de Santa Clara y luego se excavó el propio huerto. Posteriormente en el subsuelo de este espacio se procedió a la construcción de unos sótanos donde en la actualidad ya se aloja el nuevo obrador de repostería de las monjas, que responde tanto a la demanda de sus productos de repostería, como a los
requerimientos sanitarios que la administración impone a la hora de la elaboración de un producto destinado a la alimentación.
Sobre el nuevo obrador ha vuelto a emplazarse la huerta. Ya también se ha procedido a la adecuación del espacio comunitario, con servicio en las celdas y eliminación barreras arquitectónicas.
Se trata de la materialización de un proyecto que llevaba gestándose desde hace bastante tiempo en el seno de la comunidad de las Hermanas Clarisas de Agurain. No obstante las obras le han obligado a trasladarse temporalmente a un edificio propiedad municipal, la casa de Bustamante de la Calle Zapatari, construida en el siglo XVII. Eso sí, pese a la mudanza, las monjas no han abandonado la elaboración de sus pastas y trufas, que las comercializan en la actualidad en un local ubicado en el portal 43 de la Calle Mayor.
Es parte de una labor que se viene desarrollando desde hace 400 años, cuando se asentó esta comunidad en Agurain como parte de la Orden de Hermanas Pobres de Santa Clara.
Fue concretamente un 29 de Junio de 1611 cuando las integrantes de la comunidad de beatas de San Pedro profesaron la Regla de Santa Clara.
Sin embargo, su acercamiento al ámbito franciscano había sido anterior, ya que desde 1522 formaban parte de la Tercera Orden Regular de San Francisco llamada también de Penitencia o de Santa Isabel.
LAS BEATAS
Florencio Arza Alday, sacerdote de la Diócesis de Vitoria, cuenta en un artículo publicado en la revista Vasconia las vicisitudes de estas comunidades de beatas en Agurain del siglo XVI.
En principio se denominaban “beatas” a las mujeres que cuidaban de las ermitas y otros lugares de culto, distinguiéndose entre las que vivían en comunidad en los llamados beatérios, bajo el patrocinio de la Villa de Salvatierra – que eran el de Ula, en la salida de la Villa hacia Zuazo de San Millán, y el de Arana, entre Arrizala y Eguileor- las que vivían solas en ermitas, tanto intramuros, como la de San Martín, en la actual Casa Consistorial, como extramuros, como la de Sallurtegui.
La ermita de Ula existía ya en el año 1270, cuando fue donada a la Villa de Salvatierra por el rey Alfonso X.
Actualmente se encuentra integrada en el caserío del mismo nombre, pero en su origen era la parroquia de una aldea que se despobló por esas fechas. En esta ermita existía comunidad de beatas cuya dependencia del Concejo de la villa era tal que, según relata el padre Arza, cualquier mujer que quisiera ingresar en ella debía solicitarlo a la Justicia y Regimiento de la Villa – lo que hoy llamaríamos Ayuntamiento- la cual estudiaba la solicitud y admitía a la candidata. Lo cierto es que en los archivos no se ha encontrado ningún acta de rechazo de una candidata, lo cual es explicable, ya que la villa, exigía dos requisitos para la admisión: contar con el testimonio favorable de alguna persona de prestigio y abonar una dote de ingreso. Obviamente quienes no cumplían esas condiciones se abstenían de pedir su ingreso.
La condición de estas mujeres tras su ingreso en el beaterio era la de “beata mera, lega libre”, lo cual exigía dos compromisos, uno de obediencia a la beata mayor o madre vicaria, que estaba al frente de la comunidad, y otro a la villa que ejercía el patronazgo, cuyo concejo podía, por ejemplo, trasladarla a otro beaterio o ermita bajo su patronazgo si lo consideraba necesario.
Otro requisito de las candidatas era ser virgen y mostrar su voluntad de seguir siguiéndolo. Mantener relaciones sexuales significaba su expulsión del beaterio y la pérdida de la dote.
Para expresar su condición de vírgenes, las mujeres vascas de aquella época decían que eran “doncellas en cabello”, lo que exteriorizaban, según cuenta el viajero italiano Andrea Navaggero en 1528, llevando “el pelo cortado, dejando sólo para adorno algunas mechas”.
A diferencia de estas comunidades de Ula y Arana, la de beatas de San Pedro , al pertenecer, como ha quedado dicho, a una orden regular – es decir, con una regla reconocida- eran conocidas como las beatas profesas, no dependiendo de la Villa, sino de su orden.
El origen de esta comunidad está en una donación que hizo en 1446 doña Juan garcía de Lekedana, quien en su testamento donó una casa “parta alguna buena persona de santa, buena y devota vida religiosa” a la que se acogieron un grupo de mujeres de Salvatierra. Germen de la actual comunidad de Hermanas Clarisas. Desde entonces favorecen a sus semejantes, y a los aguraindarras, en primer lugar , con sus oraciones , y como no, con su repostería.
La vitalidad de esta comunidad se evidencia no sólo por su pujanza y las citadas renovaciones que están llevando a cabo, sino también porque han fundado en 1997 un monasterio en Los Ríos (Ecuador) en el actualmente residen 22 monjas.
LA PLAZA DE SANTA CLARA Y EL CONVENTO DE SAN PEDRO
Tras pasar la Plaza e Iglesia de San Juan para introducirnos en la Calle que parte de su lado norte, la Calle Carnicería. Se inicia con un ensanchamiento justo ante las huertas del Convento de Santa Clara.
Es la plaza del mismo nombre, conocida también como la Plaza de las Monjas.
En la calle se disponen los edificios de manera que podemos apreciar tanto las traseras de las casas de la calle Mayor como las fachadas principales de algunos palacios urbanos. Se puede ver que en el desarrollo de la vía hasta la Parroquia de Santa María hay un edificio religioso y dos de carácter civil que merecen ser reseñados.
Pero volviendo a la Plaza de Santa Clara queremos mostrar con fotografías los cambios que ha ido evolucionando desde que era la Plaza de los Guardias, por donde sacaban los caballos la Guardia Civil hasta convertirse en Museo Cerámico, donde se exponen parte de las hermosas Cerámicas que se realizaron en la antigua fábrica “Cerámica Alavesa” de Agurain.
PLAZA DE SANTA CLARA O DE LAS MONJAS
CONVENTO DE SAN PEDRO
Nada más acceder a la calle, nos encontramos con los sobrios muros del Convento de San Pedro, en el que hoy resiste una comunidad de Madres Clarisas. Esta institución tiene su origen en un beaterio, también bajo la advocación de San Pedro, fundado por Juana García Ibáñez de Baquedano en el año 1446. Lo ocuparon en un primer momento beatas de Santa Isabel que tenían una casa en Agurain, residiendo en la ermita de Nuestra Señora de Arana y Nuestras Señora de Ula, extramuros de la villa.
Al quedar destruída la residencia intramuros en el incendio de 1564, las beatas fueron acogidas en la ermita de San Martín.
Tras el intento fallido de fundar un convento de franciscanos calzados, en 1611 se instalaron las Madres de Santa Clara, cesión que se ratificó en Aranzazu el 22 de Enero de 1612. Las beatas de Santa Clara manifestaron que querían observar la regla de Santa Clara, quedando así definitivamente habitado el convento.
Inicialmente, las madres pidieron permiso para ocupar la muralla, abrir ventanas, construir un pozo y trabajar en la huerta de San Juan. El Ayuntamiento accedió a la petición, cediendo el terreno desde el Portal de las Carnicerías hasta la parroquia de San Juan y comprometiéndose a suministrar la piedra para las obras, el agua necesaria para abastecer el convento y a acceder al uso de la huerta parroquial.
Todavía hoy se conserva una puerta de acceso a ésta desde la calle, conocida como la “Puerta del Campo”, que responde a las condiciones que se impusieron en el siglo XVII para su ejecución.
Sin embargo, a pesar de estas facilidades, para el año 1616 se hizo necesario la ampliación del convento, que se acometió ese mismo año, quedando las obras a cargo del maestro carpintero Joanes de Otormin.
Transcurridas cuatro décadas, las religiosas comenzaron los trámites para construir una iglesia. El primer intento realizado en 1657, consistió en solicitar permiso para comprar una casa que daba a la Calle Mayor.
Se pretendía así que la fachada del nuevo templo se abriese a la vía principal, pero el Cabildo eclesiástico consideró que esto perjudicaría a las otras parroquias salvaterranas, hecho que provocó el abandono del proyecto.
Hubo que esperar al año 1679 para que se comenzaran las obras de la actual iglesia conventual, que se prolongaron hasta el año 1685.
Comenzaron la construcción Juan Longa y uno de sus hermanos, quienes trabajaron hasta 1683, fecha en que quedaron a cargo Felipe Ezcurra y Martín Balanzategui, que fueron los que finalizaron las obras. Pero la iglesia ni siquiera pudo cumplir un siglo de vida, y en el año 1764 fue totalmente destruida por un incendio que obligó a su reconstrucción.
A principios del siglo XVIII se le añade un motivo heráldico sobre el arco de acceso, se trata del escudo de la Villa, acompañado de inscripción “LEAL VILLA de SALVATIERRA” y fue incluido para pedir que la congregación tuviera en cuenta al Consistorio en sus oraciones, pero también, y principalmente para indicar que es el Ayuntamiento quien ejerce patronazgo sobre el templo.
Esta idea se refuerza al interior, con la presencia de otros dos escudos municipales en las pilastras laterales del acceso a la Capilla Mayor.
Tras visitar el convento de Santa Clara y deleitarnos con sus dulces, hemos de fijarnos en la casa situada frente al acceso principal, en el número 1 de esta calle. El relieve que centra sus fachada representando dos llaves entrecruzadas, nos habla de su vinculación con el clero, y una inscripción indica que fue construida en 1787, algo más de veinte años después del incendio de la iglesia de San Pedro.
Se trata del antiguo hospicio del Convento, que fue también casa para el vicario de las monjas. Aunque hoy haya perdido su función, su presencia nos recuerda que todo este primer tramo de la Calle Carnicería fue ocupado por las Clarisas, que encontraron en él el recogimiento necesario para su vida monacal.
Bibliografía:
Fernando Sánchez Aranaz: Las Clarisas de Agurain cumplen 400 años – Diario Noticias de Alava
Amaia Apraiz Sahagun – Ainara Martínez Matia - Agurain: Un recorrido a través de la historia y de las artes
Fotos:
Eva San Pedro
Hermanas Clarisas
Jaso Ruiz de Alegría
Txumari Garagalza
Roberto Eguino
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